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Según el filósofo José Ortega y Gasset, las sociedades pasan por épocas de viejo, de joven o de niño, o sea, se puede identificar “la edad de una época” (también pasan por épocas de mujer y épocas de hombre, lo que identificaría “el sexo de una época”). Si seguimos su propuesta, parece que estamos en una época de niño. El movimiento ciudadano más grande de la historia de Chile fue iniciado por colegiales Secundarios, y el más grande movimiento ciudadano global está siendo representado por la niña Greta Thunberg. Si estamos en una “época de niño”, estas no serían simplemente casualidades.
La “pugna” entre las perspectivas, valores y propensiones propias de diferentes edades no es nueva. Ya reclamaba un viejo del siglo V a.C. “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Se dice que este viejo alegón habría sido nada menos que el sabio griego Sócrates.
Otro gran maestro de la humanidad, por el contrario, fue un defensor de los niños. En el siglo I d.C. llegaron niñas y niños pequeños donde Jesús de Nazaret, para que les impusiera las manos, pero los discípulos de Jesús los reprendían (seguramente algo así como “déjense de molestar mocosos”). “Pero Jesús, llamándolos a su lado, dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” Fuertes frases.
Según Ortega, las “épocas” cambian según “estilos diversos del vivir” donde predomina (dependiendo de la época) una cierta “edad” (y un cierto “sexo”). El dominio de una edad sobre una época determina lo que se prefiere y estima, lo que se pospone y desestima, las aspiraciones, incluso las modas del vestir, los usos, placeres, costumbres y modales. Ortega destaca que es un fenómeno ya descubierto (con mayor nitidez) en las sociedades primitivas: “la organización social más primitiva no es sino la impronta en la masa colectiva de esas grandes categorías vitales: sexos y edades. La estructura más primitiva de la sociedad se reduce a dividir los individuos que la integran en hombres y mujeres, y cada una de estas clases sexuales en niños, jóvenes y viejos, en clases de edad. Las formas biológicas mismas fueron, por decirlo así, las primeras instituciones.” Ortega propone que en la modernidad, estas propensiones siguen presentes, expresándose como fuertes “potencias” o “poderes plásticos” de la historia.
Cuando predomina una época de joven priman los valores de “la gracia y el vigor juveniles”, “el sentimiento y la pasión”, y, típicamente, la “oposición”, la “subversión”. Las épocas de viejo, en cambio, valoran la norma, el freno, la figura del viejo, del “padre de familia” (en el imperio Romano, por ejemplo), así como las vestimentas y modas que imitan o anticipan la vejez (como el uso de la “peluca empolvada” en el siglo XVIII).
Aunque Ortega explícitamente divide en viejo, joven y niño las “clases de edad” que fundamentan la “edad de una época”, nunca da un ejemplo de épocas de niño, y tiende a describir las edades en forma dual (joven/viejo). Grecia clásica es época de joven, la Roma imperial de viejo, el Renacimiento de joven, los siglos XVII y XVIII (incluida la Ilustración y la Revolución francesa) de viejo, el Romanticismo (s.XIX) de joven, y el tiempo más reciente para Ortega (1890-1927) de joven.
Usando esta herramienta conceptual para analizar nuestro tiempo presente, propongo aquí que tal vez hoy nos encontramos en una “época de niño”. Ortega menciona entre los indicadores (no absolutos) de la edad de una época, la edad de los líderes. En Chile, el movimiento social más multitudinario en su historia fue sorprendentemente iniciado por los actuales estudiantes “secundarios” de colegio, como parte de un movimiento colegial que tiene ya 18 años, con el “Mochilazo” (2001) y la “revolución Pingüina” (2006). Se trata de un movimiento no-centralizado, pero donde destacan la ACES (Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios, 2000), más radical, y la CONES (Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios, 2011), más moderada. Después de la “revolución Pingüina” el movimiento se separó de los universitarios (los “jóvenes”), que inicialmente los estaban apoyando. Los jóvenes universitarios de partidos políticos influenciaron la detención del movimiento, pues estaba afectando al gobierno de la presidenta Bachelet. Esta “traición” de los universitarios separó e independizó al movimiento escolar, que fue el que finalmente provocó el “estallido” y “despertar” social chileno actual.
¿Y qué pasa en el mundo? Los “líderes” o “voceros” públicos que se han vuelto íconos de movimientos mundiales son niños. La niña paquistaní Malala Yousafzai, comenzó a los 11 años su activismo en defensa de los derechos civiles y de las mujeres, y a los 17 recibe el Premio Nobel de la Paz. Greta Thunberg, a los 15 años comienza un movimiento activista medioambiental que inspiró manifestaciones y huelgas estudiantiles en todo el mundo (más de 200 ciudades). Actualmente(17), discute directamente con el presidente de E.E.U.U., incluso burlándose ingeniosamente de él.
Recordemos que para Ortega el concepto de “edad de una época” no se refiere a un tramo de edad específico, sino más bien a las perspectivas, preferencias, valoraciones, etc. propias de una cierta edad. Tal vez Malala, Greta y los Secundarios no debieran ser llamados niños, sino más bien adolescentes o incluso hasta jóvenes. Sin embargo, creo que las “potencias” o “poderes” de la historia (como los llama Ortega) que ellas y ellos representan y promueven, son las de los niños. ¿Por qué?
Pensemos en un ejemplo cotidiano: acaso quién, cuando niña o niño no hizo el ejercicio de intentar mover objetos con la mente. Se lo he preguntado a muchos conocidos, y todos dicen haberlo hecho (o algo similar), incluso muchas veces. Por supuesto, después de unos intentos uno terminó dejando de hacerlo (pero una de las adultas a quien le pregunté me contó que todavía intenta hacerlo, de vez en cuando :). Cuando hicimos el intento (¡recordémoslo!), lo intentamos seriamente, con convicción, concentrados, incluso a sabiendas de que no es algo común, que nadie lo hace o habla de eso, pero cuando lo intentamos, lo intentamos en serio. Movidos por la expectativa de lo que sería ideal, fascinante, maravilloso de lograr, intentamos realizar ese “sueño”, pero no “jugando”, no “soñando”, lo intentamos con toda la fuerza de nuestra intencionalidad. A esta primera característica de los niños, la llamaré el “soñar seriamente”.
Una segunda característica de los niños se puede ejemplificar con un famoso cuento de Hans Christian Andersen (pero que tiene muchas variantes desde la antigüedad en todo el mundo). En el cuento la amplia mayoría de los personajes (todos adultos) deciden, explícita o implícitamente, “compartir una ignorancia colectiva de un hecho obvio, aun cuando individualmente reconozcan lo absurdo de la situación”. En el cuento de Andersen, la gente ignora colectivamente un hecho, negando públicamente la realidad (que el rey no tenía ropa puesta, o sólo ropa interior) porque cada uno se había semi-convencido de que el rey sí estaba vestido, pero que no podía ver su ropa por no ser “digno” de su posición social. Pero en un momento, cuando el rey iba en un desfile con su “traje nuevo (invisible)”, un niño grita: «¡Pero si va desnudo!». Y entonces, el grito del niño desata una ola de cuchicheos entre los adultos, quienes terminan gritando multitudinariamente que el rey iba desnudo (y, por supuesto, el rey cancela el desfile). A esta segunda caracterización de los niños, le llamaré “reconocimiento de lo obvio”.
El que Malala, Greta y los Secundarios chilenos “sueñan seriamente” se puede observar en sus declaraciones públicas y lo que postean en redes sociales. Consignas representativas de la ACES son “lo que comenzamos los secundarios, lo termina todo el pueblo”, “no nos detendremos hasta conseguirlo todo” y, las ya generalizadas: “Sin miedo” y “Con todo sino pa qué”. En un encuentro sobre la COP25, con Greta presente, una joven chilena declara: “El Gobierno declaró el estado de emergencia, pero no tenemos miedo y seguimos en las calles aun arriesgando nuestras vidas. Chile despertó y el mundo está despertando también.”. Es decir, estos niños hablan en serio, y hablan de un cambio profundo, nacional e incluso mundial, algo aparentemente iluso, ingenuo, imposible, algo que nadie ha logrado antes, pero aun así pretenden lograrlo.
Por otra parte, en su “reconocimiento de lo obvio” Greta y los Secundarios dicen cosas que los adultos sabemos (¡el Rey va desnudo!) pero que en nuestra vida cotidiana personal y colectiva hemos hasta ahora decidido, explícita o implícitamente, ignorar colectivamente. Detengámonos en uno de estos “Reyes desnudos”: en Chile el desierto avanza sin pausa, los ecosistemas de alta complejidad y belleza, que brindan numerosos “servicios ecosistémicos” a sus habitantes y cercanías, están siendo consistentemente reemplazados por plantaciones (agrícolas y forestales), es decir, “monocultivos de plantas exóticas” (ver Figura 1) que, por definición, necesitan eliminar la biodiversidad donde se establecen (Entienda más aquí).
Aunque la zona central chilena es uno de los 25 “hot-spot” de biodiversidad del Planeta (idem), las plantaciones en Chile, por ley, no pasan por el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA), el cual, a su vez, no es para nada exigente, pues termina aprobando el 94%de los proyectos mineros y el 71% de los proyectos en general (entienda más aquí). Para poder sustentar la creciente expansión agrícola y forestal, obviamente se ha incrementado enormemente el uso de agua dulce de los ríos y lagos para llenar embalses de regadío (y relaves mineros). Y a esto se suma un fenómeno natural de 10 años de disminución de las fuentes de agua dulce (lluvia y nieve) (idem anterior).
Este es sólo uno de una larga lista de problemas socioambientales que muchos gobiernos (notablemente Piñera y Bolsonaro) no sólo no afrontan, sino que agudizan, con decisiones unilaterales y altamente impopulares. Pese al reconocimiento de una evidente baja de disponibilidad de agua dulce, la sequía y el calentamiento global, recientemente el gobierno de Piñera decidió concentrar el “Proyecto País” en convertir a Chile en una “Potencia Agroalimentaria”. Para ello, decidió invertir 6.000 millones de dólares del Estado en la construcción de nuevos embalses (junio 2019), eliminar el paso por el SEIA de proyectos para nuevos embalses (noviembre 2019), y crear un nuevo “Ministerio de Alimentos, Agricultura y Desarrollo Rural” (enero 2020). Los niños gritan que el rey está desnudo, la gente cuchichea y multitudinariamente ya también grita con ellos, pero el rey no detiene el desfile.
Los niños simplemente están gritando lo obvio, la organización actual de los procesos económicos, está degradando los ecosistemas y las sociedades, y no sólo en Chile, sino que en todo el mundo. Las áreas verdes de las ciudades disminuyen sin parar (Figura 2) afectando la temperatura y, obviamente, el bienestar humano. Y las causas son el irracional crecimiento urbano, junto con el uso industrial del agua dulce que abastece a Santiago por parte de faenas mineras (como la faena Los Bronces, de Angloamerican, en la comuna cordillerana de Lo Barnechea).
Casi 1/4 de los chilenos tiene depresión, sin contar los que ya tuvieron o tendrán, y sin contar otras enfermedades mentales (estrés, ansiedad, crisis de pánico), y esto transversal a sus ingresos económicos (Figura 3, Reporte del cambio social 2016-2018) y significando más del 50% de las licencias médicas. Entre los adultos, 2/3 tiene sobrepeso u obesidad (OCDE 2019, link). Enfermedades mentales y sobrepeso están directamente asociados al exceso de horas de trabajo, y a nuestra forma de vida basada en el “rendir”, para consumir, para producir más, para que el Estado recaude más, para que los “pobres” sean “menos pobres” (pero con más sobrepeso, más depresión, y más zapatillas caras).
El filósofo coreano Byung-Chul Han, llama a este fenómeno mundial, la “sociedad del cansancio”, personas que se autoexplotan, para pagar sus deudas, para consumir, para rendir. Las clases altas consumen mucha cocaína para trabajar, las clases bajas mucha droga más barata (y más dañina) para evadir una vida dura. Todo esto financia la expansión de los narcos, que ya controlan el 10% de las zonas urbanas de Chile. Para calmar la ansiedad y el estrés, transversalmente los chilenos consumen enormes cantidades de ansiolíticos. La sociedad chilena está enferma. Nos hemos convertido en un colectivo de mentes insanas en cuerpos insanos, y rodeándonos de un entorno (cada vez más) insano. La vida así no es “digna”. ¡El rey está desnudo! grita la Rebelión de los niños, muchos adultos ya los escucharon y gritan con ellos, pero el desfile no se detiene, parece de hecho muy ingenuo pensar que algo podría detenerlo… pero los niños tienen eso, pueden soñar en serio.
Pablo Razeto es un filósofo, biólogo y físico chileno, Magister en Filosofía, Doctor en Ciencias, c/m Biología y Director-fundador del IFICC – Instituto de Filosofia y Ciencias de la Complejidad
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